«Mi padre siempre dijo que algún día yo haría algo grande: “Tengo un presentimiento contigo, John Osbourne”, solía decirme después de unas cuantas cervezas. “O acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel”. Y llevaba razón mi viejo. Antes de cumplir los dieciocho ya estaba en la cárcel».
Así comienza el primer capítulo de las memorias de Ozzy Osbourne (I Am Ozzy), mítico vocalista de Black Sabbath.
El paso de Ozzy Osbourne por la cárcel es de sobra conocido, sin embargo, se ha mitificado mucho, y según el lugar donde busquemos encontraremos distintos motivos, se exagerará la condena, su experiencia, e incluso se encontrarán detalles erróneos como el que relaciona su paso por prisión con el célebre tatuaje con su nombre en los nudillos. ¿Qué hay de cierto en todo esto? Indaguemos en lo que el propio Ozzy cuenta al respecto.
John Michael Osbourne, que es su nombre real, nació en 1948 en el seno de una familia muy humilde de Aston, en Birmingham. A la cabeza de esta familia numerosa se encontraba su padre, trabajador nocturno de General Electric, y su madre, trabajadora diurna de la fábrica Lucas. Ambos engendraron seis hijos, tres niñas y tres niños, siendo Ozzy el mayor de los varones, pero menor que sus hermanas.

Las dificultades económicas de la familia no eran ningún secreto, y Ozzy era perfectamente consciente de ello. Con quince años y terminado el colegio, el ambiente industrial y deprimido de Aston no ofrecía muchas opciones a un adolescente. Lo máximo a lo que aspiraban los jóvenes era a, con suerte, entrar como aprendiz en alguna fábrica. Y las únicas alternativas viables eran el ejército, la migración o la delincuencia.
En un primer momento, probó suerte con la primera vía, pasó por distintos trabajos pero la mayoría le duraron apenas un día, como fue el caso de su experiencia como afinador de bocinas de coche. Y cuando al fin encontró uno que le gustaba en un matadero, se encontró con unos compañeros que no hacían sino burlarse de él y gastarle bromas pesadas, hasta que un buen día Ozzy perdió los estribos y acabó pegando una paliza a uno de ellos.
Había intentado las otras dos vías, pero el ejército lo había rechazado y la migración era algo que no se podía plantear una persona sin unos recursos mínimos, así que, tras el despido del matadero, se lanzó a la última opción: el robo.
De niño había hecho ya sus pinitos robando manzanas, al principio solo para comer, y luego para vender. De ahí pasó al robo de parquímetros y, poco a poco, empezó a probarse en el mundo del robo en tienda. En sus memorias, él mismo se burla de sus escasas habilidades, pues repetía siempre el mismo modus operandi en los mismos sitios. Así que estaba cantado que tarde o temprano le pillarían.
No fue ningún asalto a una casa lo que lo llevó a la cárcel, tampoco un secuestro, robo con agresión ni ninguna otra teoría de esas que se pueden leer por internet, sino el robo en una tienda de ropa que ya había frecuentado anteriormente.
En efecto, no era la primera vez que robaba en Sarah Clarke’s, pero sí que sería la última. La primera le había salido bien y había logrado vender todo lo robado, sin embargo en la fatídica ocasión que le llevaría a prisión había cometido una serie de patéticos errores: el primero, no llevar una linterna, así que a tientas cogió lo que pilló y, cuando por fin salió a la luz, descubrió que había robado petos y ropa interior de bebé. Y aquello, por lo que fuera, no tenía tanta salida en el mercado.
Volvió a entrar y se llevó un televisor, pero al saltar un muro cayó en una zanja de tal manera que quedó aplastado bajo el propio aparato. Así que cuando logró salir de debajo, tuvo que abandonar el televisor porque pesaba demasiado.
Y dicen que a la tercera va la vencida, y podría parecerlo, porque en su tercer asalto logró llevarse un puñado de camisas que sí que podría vender. Pero también cometió otro error que descubriría días más tarde, cuando la policía llamó a la puerta de su casa y uno de los agentes dijo: «A thumbless glove, eh?». El incompetente ladrón se había puesto guantes para llevar a cabo su robo, pero los guantes eran unos mitones, de los que no cubren los dedos.
Aunque se le ofreció no ir a la cárcel si pagaba una multa que incluso era asequible para su pobre familia, su padre se negó a pagarla para dar una lección a Ozzy, así que el juez le impuso tres meses de prisión que cumpliría en la decimonónica cárcel de Winson Green, en su propia ciudad. Tres meses, nada de seis meses ni mucho menos de años como se puede leer en algún sitio.

De hecho, no llegó a cumplir ni tres meses, pues por buen comportamiento y por los trabajos realizados en prisión, se le permitió salir a las seis semanas. No obstante, el mismo Ozzy ha reconocido en varias entrevistas y en sus propias memorias que aquella breve estancia le bastó para saber que no quería volver a pisar un lugar como aquel. La violencia y la continua tensión que pudo ver (aunque no la sufrió directamente) le produjo tal rechazo, que hasta el día de hoy ha bordeado la legalidad lo justo para no tener que entrar de nuevo en prisión. Él mismo reconoció años después que su padre hizo bien al no pagar aquella multa y hacerle pasar por aquella experiencia.

Si bien no sufrió ninguna agresión ni nada parecido en su paso por Winson Green, vio de cerca situaciones traumáticas, así que optó por esa colaboración para poder salir lo antes posible. Y mientras tanto mataba el tiempo como podía, siendo uno de sus entretenimientos los tatuajes. Era común entre los presos tatuarse distintos motivos con punzones y tinta china. En su caso, se tatuó una cosa un tanto extraña: el retrato de Simon Templar, un personaje de ficción de una serie de televisión británica llamada El Santo, muy de moda por entonces.
¿Y su nombre en los dedos? Otro de los mitos en torno a su paso por la cárcel es el de que fue allí donde se hizo el mítico tatuaje de «O-Z-Z-Y» en los nudillos, y así se puede leer en distintos blogs e incluso en el libro Sabbath Bloody Sabbath (J. McIver, 2014). Sin embargo, en su propia autobiografía cuenta que, lejos de toda épica, ese tatuaje (que obviamente ha sido retocado muchas veces) se lo hizo en realidad antes de entrar en prisión, con diecisiete años, y fue en un parque, sin que mediasen barrotes ni carceleros. Que, por cierto, quizá en ese gesto hubiera algún tipo de inspiración en su abuela, que llevaba tatuadas las iniciales de su marido.
Hacia finales de 1966, Ozzy salió de la cárcel muerto de frío y con dieciocho años pero habiendo aprendido una valiosa lección: a partir de entonces la posibilidad de volver a prisión se añadiría a su larga lista de fobias, y aunque a lo largo de su vida sería detenido una cuantas veces más, sería siempre por delitos y faltas menores que no le supondrían poner un pie nunca más en la cárcel.

Apenas un año después de su salida de prisión, en 1967, Geezer Butler daría forma a su primer proyecto musical para el que contó con Ozzy como vocalista. La vida del joven de Birmingham estaba a punto de cambiar y, muy pronto, las fábricas, los mataderos y los robos quedarían atrás.
Bibliografía:
McIver, J. (2014). Sabbath Bloody Sabbath. Omnibus Press.
Osbourne, O., y Ayres, Ch. (2011). I Am Ozzy. Grand Central.
Crawford, S. (2003). Ozzy Unathorized. Michael O’Mara Books.